Consumo Inteligente

¿Qué es la reduflación y cómo es posible protegerse de ella?

Es conocido que en 1987 la aerolínea American Airlines consiguió ahorrar 40.000 dólares al año quitando una aceituna de cada ensalada servida en primera clase. Por supuesto, este hecho no pasa de mera anécdota: para una empresa de esas dimensiones, el ahorro de esa cifra no suponía una necesidad clave, precisamente.

Sin embargo, en épocas de inflación como la actual, existen casos probados en los que la reducción de tamaño de un producto sirve para mantener su precio y compensar costes, haciendo pensar al consumidor que no está comprando más caro. Esta técnica engañosa se llama reduflación, y es posible que ya te estés enfrentando a ella.

Qué es la reduflación y cómo se usa para compensar la inflación

La inflación es una subida sostenida y generalizada de los precios de los bienes y servicios de un país. Como sabrás, ahora mismo nuestra economía se encuentra sumida en un período inflacionario, provocado por muchos factores, que preocupa a los expertos. El IPC alcanzó el 7,4% en febrero, y todas la previsiones apuntan a que seguirá aumentando. Al mismo tiempo, los precios de los alimentos aumentaron en un 5,6% con respecto al mismo mes del año pasado.

Uno de los indicios de que llegan alzas de precios es la  aparición de casos de reduflación. Pero, ¿qué es exactamente la reduflación?

La reduflación se define sencillamente como el recurso de algunas marcas a reducir el tamaño de su producto para no tener que subirle el precio. El término se inventó en EEUU, bajo el nombre shrinkflation, y es un fenómeno que se produce sobre todo en algunos productos de la industria alimentaria, como mermelada, chocolate o azúcar.

¿Pagar 20 céntimos más o consumir 20 gramos menos?

Resumiendo: cuando hay inflación, el coste de la producción aumenta. Si se quiere mantener el margen de beneficios, las empresas deberían elevar el precio. Pero les da miedo que eso redunde en un descenso de las ventas. ¿Qué puede hacerse entonces? Reducir la cantidad de producto y mantener el precio. Dar menos por lo mismo, sin que el consumidor se entere.

Los casos probados de reduflación son muchos. Uno de los más sonados es el de las barras de chocolate Toblerone en 2016, cuando se decidió ensanchar el espacio entre sus populares triángulos, lo que rebajó su peso de 400 gramos a 360. Pero no es el único ejemplo. El recorte en el peso o unidades de chocolatinas, bollos o galletas, manteniendo el precio, es habitual, y siempre intenta pasar desapercibido al consumidor.

La OCU denunció el pasado otoño que ciertas marcas aligeraban los contenidos de sus envases entre un 5% y un 10% para abaratar costes sin que los consumidores se dieran cuenta de la subida de precio.

Reduflación: Legal, pero engañosa

Hasta el momento, no hay ninguna ley que prohíba la reducción de productos, siempre y cuando el etiquetado sea correcto. Sin embargo, no se puede negar que esta práctica juega con la percepción del consumidor como un prestidigitador.

Una buena maniobra encubierta es la de cambiar la presentación de los yogures de un litro a un kilogramo. Es una manipulación sutil pues, aunque un litro de agua pesa un kilogramo, un litro de yogur, por su densidad, contiene algo más que un kilo de producto.

Otro pretexto de las marcas que son descubiertas es el de hacer pasar esta reducción por una medida para proteger la salud del consumidor, porque así se modera la ingesta de azúcar, grasas o hidratos. Este pretexto no explica, sin embargo, por qué el precio se mantiene.

Cómo evitar la reduflación

Es importante, como siempre, poner en práctica los consejos habituales de la compra inteligente. Es decir, atender a la información y utilizar el pensamiento crítico.

  • Presta siempre atención al etiquetado.
  • Sospecha cuando detectes un rediseño del envase.
  • Busca el precio por kilo de producto o por unidades: los supermercados tienen la obligación de indicarlo.
  • Investiga en Internet si hay noticias sobre algún cambio de presentación o precio en tu producto y los motivos.

En tiempos como los que nos toca vivir es comprensible que la inflación prospere y que los ciudadanos perdamos poder adquisitivo. Pero, mientras esperamos que las aguas vuelvan a su cauce, no es justo castigar a las marcas que suben precios porque no pueden asumir los costes, mientras premiamos a aquellas que nos engañan con prácticas como la reduflación.

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