Algunos motivos (realistas) para montar tu propia empresa

Admitámoslo: en la cultura del emprendimiento la gente se viene arriba con demasiada facilidad. Muchas voces influyentes dicen que montar una empresa es un camino de rosas, y que hasta el fracaso es una experiencia divertidísima.

Cuando uno emprende, se da cuenta de que no es oro todo lo que reluce. No es completamente cierto que el empresario primerizo disponga de su propio tiempo a su antojo, ni que sea verdaderamente su propio jefe, ni que esté cambiando el mundo, ni que las derrotas se curen con un poco de agua oxigenada y tiritas… Pero tampoco es completamente falso.

Montar una empresa es muy recomendable, sobre todo, para aquellos que consideran que la experiencia será parte del resultado. Y siempre merecerá la pena, por motivos como los siguientes:


Vivir esa aventura

Trabajar por cuenta ajena es pilotar un coche en un circuito; puedes ir más rápido o más despacio, hacerlo mejor o peor, sabes que las curvas tienen escapatorias con balas de paja esperando al final y hay medidas de seguridad que te atenderán en caso de accidente… Pero también sabes que, en esa carrera, no paras de dar vueltas y vueltas por el mismo trozo de asfalto, con una única meta.

Emprender, sin embargo, es cruzar en coche el desierto de Argelia con un mapa y una brújula. No puedes pretender que todo vaya a salir según lo planeado. Debes improvisar, buscar atajos, atascarte en arenas movedizas. A algunas personas esto les espanta. Para otras, superar estos retos conforma el núcleo de su vocación. Porque no hay mejores vistas que las del atardecer en el desierto cuando has conseguido coronar una gigantesca duna.


Trabajar con más motivación

Muchos aceptarían un trabajo que no les acabara de atraer, pero nadie monta una empresa si no le fascina aquello a lo que la va a dedicar. La labor de hacer realidad una idea, que hasta ese momento sólo está en tu cabeza, representa uno de los mayores estímulos que alguien puede encontrar en su carrera profesional.

No mencionaremos aquel falso tópico de que cuando trabajas en lo que amas no estás trabajando, porque no es verdad: trabajarás noche y día. Pero la fe en lo que estás haciendo hará que tu trabajo no te parezca tanto una obligación como un reto. Eso sí, ten en cuenta que, si la cosa se tuerce, el sentido de la responsabilidad te pesará muchísimo.


Ganarte la vida con ello

La proporción de quienes se hacen ricos montando su propia empresa está sobredimensionada en todos esos libros y vídeos de autoayuda. Pero la proporción de aquellos que consiguen llegar a ganarse la vida demuestra que, marcándote objetivos realistas, puedes tener éxito.

Es probable que tu propia empresa nunca te reporte unos ingresos mucho mayores de los que obtendrías si hubieras perseverado en un trabajo por cuenta ajena. Pero los beneficios emocionales son mucho mayores: el orgullo de haberlo edificado tú, el haberte quitado intermediarios de en medio, el haber gestionado tus tiempos, el haber sabido improvisar…


Aprender y conocer gente

Montar tu propia empresa trae consigo beneficios no monetarios mucho mayores que trabajar por cuenta ajena, propios de la mayor exposición al riesgo. La formación es uno de ellos. Recuerda que estás pilotando en pleno desierto de Argelia y, si se te rompe la junta de la culata, o aprendes a cambiarla con tus propias manos, o no sales de allí.

Un emprendedor suele desarrollar, en poco tiempo, habilidades que nunca habría puesto a prueba trabajando en una empresa, pues allí se las habrían encargado a un compañero más especializado. Tratar con clientes, moverse en los laberintos burocráticos, dominar marcos jurídicos, contextos de mercado, análisis de competencias, etc.

Encontrar inversores dispuestos a apostar por tu idea

Esta es una época en la que la innovación lo es todo, y esto, a quienes tienen sabiduría y dinero, no les ha pasado desapercibido. Las figuras dispuestas a financiar un proyecto que les enamore son tantas que han recibido su propio nombre en el lenguaje del emprendimiento: Business Angels (BA).

Hay muchos perfiles de Business Angel: aquellos dispuestos a trabajar para ti, aportando todo su know how, a cambio de una participación en tu empresa; aquellos que invertirán dinero y querrán participar en la gestión; aquellos que invertirán dinero y no querrán volver a saber de ti hasta que les digas qué ha pasado con todo; aquellos dispuestos a orientarte, aconsejarte y poner a tu disposición su red de contactos…

Volviendo a la metáfora del desierto de Argelia, aunque el emprendimiento sea una tarea solitaria, no te faltará un beduino que te indique dónde hay un pozo de agua.


Mejorar tu currículum

Y, si todo lo anterior falla, al menos tendrás una cosa segura: habrás mejorado notablemente tu currículum.

Los buenos empleadores saben que la construcción de una empresa es el mejor campo de aprendizaje posible.

A todo lo que hemos mencionado en el punto 4 se suma la adquisición de una soltura y una iniciativa difíciles de encontrar en un empleado que jamás haya abandonado su puesto en una empresa estable. Por eso, tu experiencia multiplica tu interés en el mercado laboral.

Quema todos tus cartuchos…

Desde el principio hemos tratado de rebajar el entusiasmo por el emprendimiento. Es difícil que te lleve a ser rico; tienes pocas probabilidades de sentir que eres tu propio jefe, pues te comportarás de modo más servil con tus clientes de lo que nunca te hubieras comportado con un supervisor en una empresa; tardarás en gestionar libremente tu propio tiempo pues al principio serás un mero esclavo de tu vocación, 24 horas al día, 7 días a la semana…

Insistimos: hay muy pocas probabilidades de que alcances ese hall of fame del empresariado. Pero, ¿y si lo alcanzas? ¿Qué pasaría si se alinean todos los astros y acabas acumulando una fortuna y una reputación grandísimas y merecidísimas, reúnes al equipo perfecto, lo dejas todo en sus manos y, quince años después, puedes dedicarte a vivir la vida?

Existiendo esta mínima posibilidad ¿no vale la pena quemar un cartucho?

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