¿Qué es el metaverso y qué significa para nuestra forma de consumir?

La palabra metaverso está en boca de todos. Sobre todo, después de que Mark Zuckerberg, creador de Facebook, haya apostado el todo por el todo a este concepto, hasta el punto de cambiar el nombre de su empresa por Meta. Las inversiones captadas y el interés de las empresas para generar negocio en esta tecnología la convierten en una tendencia en alza. Pero ¿cuánto hay de hype? ¿Y cuánto de realidad? Y, antes que todo eso, ¿qué es el metaverso? ¿Va a influir en algo en nuestra manera de consumir y de vivir?

¿Qué es el metaverso?

Un metaverso es un universo virtual en el que se imitan unas leyes físicas. Quienes se adentran en él, asumen nuevas apariencias (personajes): avatares. Todo ello, supuestamente, para conseguir que lo que ocurra dentro del metaverso tenga consecuencias en la vida real.

Es decir, el metaverso tiene como objetivo facilitar las relaciones humanas.

Por otra parte, un metaverso no debe ser considerado como una tecnología, sino como una suma de tecnologías. En él pueden tener mucho peso innovaciones como el blockchain, para descentralizar las transacciones, crear divisas propias, generar NFT, etc.

Por otro lado, el metaverso, a pesar de su novedad, es en realidad la suma de muchos metamundos, es decir, entornos virtuales más pequeños que ya vienen desarrollándose desde hace algún tiempo y que previsiblemente, en algún momento podrán generar cierta interrelación entre sí.

El metaverso: Un viejo conocido con un aire renovado

En realidad, la idea del metaverso o mejor dicho, de los entornos virtuales (metamundos) existe desde tiempo atrás. Un primer caso con impacto mediático fue el de Second Life, una comunidad en que sus residentes, provistos de un personaje que los representaba, o avatar, podían moverse libremente en un mundo abierto, hablar, comprar, contratar espacio publicitario, etc. Estaba pensado para establecer relaciones de todo tipo, tanto sociales como comerciales.

Pero también ha habido otros metaversos, cada uno con objetivos distintos. La mayoría siempre han estado diseñados para el ocio, sobre todo en combinación con los videojuegos. Por ejemplo, World of Warcraft, que, teniendo como objetivo el enfrentarte a orcos y dragones, también proporciona la oportunidad a los usuarios de relacionarse o intercambiar bienes virtuales.

Sin embargo, hemos tenido que esperar a los últimos años para que el concepto metaverso se convierta en tendencia. Y todo gracias al mencionado golpe de timón de Mark Zuckerberg, y a la idea de añadir realidad virtual a la ecuación. Meta adquirió la empresa Oculus, de gafas de VR, para que la experiencia inmersiva dentro del nuevo universo sea total.

Pero los expertos no creen que esto sea suficiente: además de realidad virtual, es necesario contar con otros elementos mucho más complejos: una economía, una comunidad, vocación de persistencia… La intención de Meta es ponerlo en marcha, y desarrollar líneas de negocio para sacar beneficios.

¿Qué buscan las empresas en el metaverso?

Muchas empresas se han propuesto lanzar sus propios metamundos en distintas plataformas, o comprar espacios en los que ya existen. Algunas de ellas, con objetivos claros. Otras, con la mera intención de no quedarse fuera de la tendencia, pues aún no saben muy bien qué valor aportará a sus servicios.

Según Bloomberg, el mercado del metaverso alcanzará los 783 mil millones de dólares en 2024, un aumento anual compuesto del 13.1% desde 2020. ¿Qué están esperando de él los inversores? Posiblemente, lo que está impulsando la expectativa es no saber del todo cómo responder a esta pregunta. Lo que las empresas juzgan es que nadie se embarcaría en el esfuerzo titánico que está realizando Meta para tener sólo un nuevo soporte en el que insertar banners.

La idea que surge de forma más inmediata es que el metaverso proporcione al consumidor espacios donde la compra online sea una experiencia mucho más interesante que una mera visita a un portal de e-commerce; es decir, hablamos de tiendas y oficinas en realidad virtual. Poder mirar a los ojos a un dependiente que se encuentra tras un mostrador digital pero que, en realidad, vive físicamente a miles de kilómetros del lugar donde te has conectado.

Pero esto no es todo; la suma de otras tecnologías, como el NFT, Blockchain o inteligencia artificial, puede añadir contenido mucho más espectacular. Sin duda, las empresas creen que el metaverso tiene posibilidades de convertirse en un punto de encuentro en el que relacionarse con sus clientes de todas las formas posibles: jugar, hablar, intercambiar, exhibir.

Si la cosa se sofistica aún más, no cae duda de que la forma de consumir puede verse alterada para siempre. Los gurús prometen incluso que el metaverso generará una economía endógena, lo que implicará que todo aquel que lo use deba adaptarse: divisa propia, leyes propias, entidades financieras propias y compañías aseguradoras para firmar pólizas sobre bienes virtuales (¿te imaginas firmando un seguro por si pierdes tu “maza mágica de +1200” de un juego de fantasía?).

¿Se hará realidad?

En el metaverso todo está por ver

Lo cierto es que todo lo que promete el metaverso está por ver. El trabajo que Meta está realizando, aunque hable de ello con mucho entusiasmo, no supone más que la construcción de las primeras infraestructuras. Muchas de las inversiones que las empresas anuncian no son más que formas de dar que hablar, o maneras de anticiparse para “ver qué pasa”. Los medios de comunicación recogen estos comunicados con avidez, alimentando así la expectativa.

Pero la verdad es la siguiente: no existe ningún caso de éxito ni ningún modelo de negocio consolidado que pruebe que el metaverso vaya a traer una nueva era de las relaciones sociales y comerciales. Podría ocurrir. O no.

Eso es lo que la mayoría de los expertos está esperando antes de juzgar el metaverso como algo revolucionario o como un hype más, propio de una era de grandes avances tecnológicos como la nuestra. Quizá el metaverso llegue a cobrar un espacio indispensable en nuestras vidas, como lo han hecho internet, las redes sociales, la telefonía móvil…

De momento, la única disciplina que parece lucirse ante esta tendencia es la más oportunista: el marketing.

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